jueves, 28 de agosto de 2008

Modelos matemáticos y atletismo

Además de pulverizar tres récords del mundo en unas Olimpiadas, el jamaicano Usain Bolt también ha puesto patas arriba todos los modelos matemáticos de predicción elaborados hasta la fecha. Lo que veis bajo estas líneas, por ejemplo, es uno de los gráficos con las predicciones de la prueba de 100 metros lisos hasta el año 2100, una curva de evolución descendente que venía cumpliéndose de forma escrupulosa hasta el momento.

Sin embargo, tal y como publica Wired, el atleta jamaicano se ha adelantado a la predicción en veinte años y ha alcanzado la marca de 9,69 segundos que los matemáticos habían previsto para el año 2030.

Para elaborar estas tablas, los científicos proyectan la evolución de las distintas marcas en función de las estadísticas de los últimos 100 años y establecen un patrón que tiene en cuenta factores fisiológicos y límites biomecánicos. Pero, ¿es esto suficiente para predecir con garantías la capacidad del ser humano para superarse?

Algunos expertos se aventuran a hablar de un futuro en el que no existirán récords del mundo que batir y recuerdan que en algunas disciplinas, como el salto de longitud, el récord lleva años sin moverse. Otros, por el contrario, consideran que estos intentos de predicción matemática parten de una base errónea, como es suponer que el patrón de lo sucedido hasta ahora debe repetirse sin alteraciones.

En la prueba de los 100 metros, por ejemplo, la mayoría de los modelos coinciden en situar el límite del ser humano en el entorno de los 9,2 y 9,4 segundos, pero nunca por debajo de los 9. ¿Correrá algún día un ser humano por debajo de este tiempo? La aparición de fenómenos como el de Usain Bolt o Michael Phelps ponen de manifiesto que cualquier intento de poner límites a la capacidad humana resulta, a la larga, un poco ingenuo.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Cuando los robots aprenden a mentir.

El profesor Darío Floreano lleva diez años trabajando con robots en su laboratorio de la Escuela Politécnica Federal de Lausana, en Suiza. Su especialidad es la denominada robótica evolutiva, una disciplina que consiste en recrear la evolución de los seres vivos en sistemas de inteligencia artificial y en la que ha conseguido avances significativos.

Mediante un sistema de complejos algoritmos, el profesor y su equipo diseñan pequeños robots a los que someten a acciones semejantes a las que actúan en la evolución y cuyas respuestas determinan qué individuos sobreviven y cuáles se quedan por el camino. La supervivencia de estos robots viene determinada por la presencia de una serie de genes, o elementos de software, que condicionan en qué medida perciben el entorno y responden a él.

Gracias a estos trabajos, el laboratorio de Floreano ha generado comunidades de pequeños robots que no sólo son capaces de interactuar para su supervivencia sino que han desarrollado la capacidad de comunicarse entre sí.

La comunicación entre estos robots se produce mediante un sencillo sistema de luces, detectadas por sus sensores luminosos. Los pequeños autómatas disponen de luces y ruedas y tienen libertad para aproximarse a una serie de plataformas que contienen comida o veneno y que alimentan o descargan sus baterías, respectivamente.


Ejemplo de comunicación cooperativa entre robots

Al cabo de unas 50 generaciones, la mayoría de los grupos de robots comienzan a informarse unos a otros mediante luces sobre dónde se encuentra la comida y dónde el veneno. Por norma general, algunas comunidades tienden a indicar la presencia de comida mediante la luz azul mientras que otras optan por anunciar la presencia de veneno con luces rojas.

Llegados a este punto, y para sorpresa de los científicos, los individuos de algunos grupos comienzan a desarrollar conductas mentirosas más propias de los seres humanos que de los robots. En concreto, algunos autómatas aprenden a encender las luces para señalizar a los otros el veneno como comida y luego se deslizan discretamente hasta la fuente de energía más próxima para recargar sus baterías sin avisar a sus compañeros.

Al mismo tiempo, tal y como explicaba recientemente la revista Discover, también aparecen robots que adoptan el papel de héroes: señalan el peligro y mueren sólo para salvar al resto de individuos del grupo.

Aunque el propio Floreano manifiesta que nunca habría esperado ver este tipo de conducta en robots, los resultados son demasiado aislados como para sacar conclusiones precipitadas. Lo que parece claro es que su trabajo nos pone en la pista sobre cómo surgió la comunicación entre las primeras criaturas vivas.